El que no sufre no aprende
La cultura del sufrimiento como medio de aprendizaje es muy antigua en la América española. Sin duda una herencia del mundo ibérico a través de los siglos de colonia, hemos aprendido que para aprender hay que sufrir. El cuadro de Francisco de Goya, que ya a finales del siglo XVIII criticaba el sistema educativo, nos muestra la cotidianidad del castigo físico. Mientras que varios alumnos está representados leyendo y trabajando aplicadamente, otros tres han sufrido el castigo del profesor. Lo más interesante está en el morbo que la pintura representa: los tres estudiantes a la izquierda de la imagen participan activa o pasivamente de la reprimenda de su compañero. Y esta es una consecuencia real de involucrar el sufrimiento como garantía del aprendizaje: la cultura del sufrimiento académico genera una cultura del placer por el sufrimiento ajeno.
Ricardo Palma, escritor e intelectual peruano del siglo XIX, también hace referencia a esta misma condición educativa en su tradición “¡Al rincón! ¡Quita calzón!”: “En esos tiempos regía por doctrina aquello de la letra con sangre entra, y todos los colegios tenían un empleado o bedel, cuya tarea se reducía a aplicar tres, seis y hasta doce azotes sobre las posaderas del estudiante condenado a ir al rincón” (Palma, Tradiciones peruanas). Había una relación muy estrecha, y perversa, entre la educación y el castigo físico, implicando que el conocimiento y la habilidad son solo asequibles para quien es capaz de soportar estoicamente el dolor. Así, vemos cómo la educación y la cultura del machismo están estrechamente vinculadas: hay que aguantar el dolor porque te hace mejor.
Todavía en el siglo XX los instrumentos de castigo físicos eran de presencia obligatoria en los salones de clase. La décima “La escuelita” (1958) del músico y poeta afroperuano Nicomedes Santa Cruz refleja esta realidad:
A cocachos aprendí
mi labor de colegial
en el Colegio Fiscal
del barrio donde nací.
“No pain, no gain“
Hemos definitivamente superado la cultura del castigo físico como medio educativo, creando leyes que defienden a los jóvenes y niños del abuso. Sin duda la inclusión de las mujeres en la educación durante los últimos cien años colaboró a repensar y superar estas prácticas que no tienen ninguna relación con el desarrollo personal o intelectual. Sin embargo, es todavía peligroso pensar que hemos superado la cultura del sufrimiento en sí.
La herencia del castigo físico es una mentalidad que relaciona el estudio con el sufrimiento. No dormir por terminar trabajos, ansiedad por las fechas de entrega, tareas excesivas, cálculo académico y, sobre todo, una pasiva aceptación del sufrimiento como una realidad del aprendizaje. Es parte del sentido común de muchos alumnos, padres y educadores la idea de que un buen profesor “califica bajo”, o que si “solo jugamos” en clase, entonces no estamos aprendiendo nada.
Vivimos en una cultura del sufrimiento académico. Las consecuencias son variadas, por eso muchos autores (Mark E. Jonas “When Teachers Must Let Education Hurt: Rousseau and Nietzsche on Compassion and the Educational Value of Suffering” o Avi Mintz “The Labor of Learning: A Study of the Role of Pain in Education“, por citar a algunos) discuten el valor del sufrimiento en la educación. La pregunta no es ¿cómo eliminar el sufrimiento en el aprendizaje?, sino más bien ¿hasta qué punto el sufrimiento es necesario para aprender?
Las consecuencias de la cultura del sufrimiento académico son sin duda negativas, especialmente porque descartan el placer como parte del aprendizaje. O, peor aún, establecen una perversa relación entre el placer académico y el sufrimiento emocional. Desde una perspectiva más personal, puedo decir que siempre he sido un buen alumno, desde el colegio hasta los estudios de posgrado. Creo que en mi caso, el éxito académico está relacionado con una profunda aceptación del sufrimiento académico. He necesitado una maestría para comenzar a desaprender el modus vivendi del castigo como forma de vida, pues esa es la consecuencia más negativa de esta cultura: no solo el colegio enseña a sufrir, aprendemos luego que el sufrimiento debe acompañar la vida profesional como un medio hacia el éxito y/o felicidad. Interesante contradicción, hay que sufrir para sonreír.
Propuestas
Entonces, ¿qué hacer? El objetivo, desde mi experiencia como profesor y alumno, es claro. No propongo inclinar la balanza hacia el otro lado, no se trata de olvidar el sufrimiento y relacionar la educación con el placer. Sin duda el sufrimiento tiene un valor emocional significativo. Creo que es necesario alejar la educación de lo perverso, del oxímoron placer+dolor. Si buscamos una educación para la justicia social, es necesario también establecer una relación sana con el otro y al mismo tiempo con uno mismo. Para evitar que el alumno bueno vea con placer el sufrimiento del alumno malo, debemos alejar la educación de las consecuencias materiales: el castigo, la evaluación y los certificados.
El objetivo de aprender es poner al estudiante en una situación de riesgo intelectual, poner en estado de alerta su sentido de curiosidad. Así, el estudiante no solo aprenderá información (el factor menos importante de la educación), sino además, aprenderá a buscar en sí mismo la respuesta. Porque el que desarrolla un sentido de auto-conciencia, comprende su valor en el mundo, y por tanto, su relación con el otro, que es también una conciencia en búsqueda de su “sí mismo”. Si logramos virar la educación de una obsesión por el resultado y la estandarización, a un interés por el desarrollo personal y práctica saludable de la curiosidad, podremos decir que estamos más lejos de aceptar el dolor como forma de vida.