Vancouver: tres semanas después
Hace poco más de tres semanas regresé a mi ciudad después de dos años y dos meses de vivir y estudiar en un lugar diferente. No voy a hablar directamente de grandes choques culturales ni diferencias de ciudades o idiosincrasias. No quiero hablar de eso porque me siento más distante y ajeno de mi espacio cada vez que lo pienso. Pero ante la pregunta recurrente de ¿qué aprendiste en Canadá?, que me ha obligado inconscientemente a plantearme la cuestión de sacar conclusiones y cerrar etapas, puedo decir que no he aprendido nada nuevo en cuanto a la vida y las costumbres. Todo lo contrario, de lo que estoy seguro, más ahora confrontado al que alguna vez fue mi espacio, es que mi experiencia en Vancouver me hizo desaprender mucho.
Aprendizaje existencial: destruir para (re)hacer la identidad
Sin duda con esta afirmación me refiero a un tipo de aprendizaje concreto y específico. He aprendido mucho en Vancouver: inglés, cocinar lentejas, decir gracias al bajar del bus y todo lo que me trajeron los cursos de maestría, entre muchísimas otras cosas. Sin embargo, me basta solo ver esta última enumeración para darme cuenta que uno de los elementos ha implicado desaprender como condición de reaprender.
En Lima me descubro desadaptado para la vida en los espacios públicos. La calle aquí se me antoja más efervescente, llena de urgencia. Para aprender a decir gracias en los buses, como pasa hasta el cansancio en Vancouver, hay primero que deshacerse de la urgencia limeña, de esa mezcla de atención, desconfianza e individualismo que nos marca en una calle en donde millones se cruzan y no se vuelven a ver más.
Llamo a esto un verdadero aprendizaje existencial, pues no solo se trata de una habilidad activamente adquirida, sino más bien un conocimiento creado como resultado de la adaptación a un medio preciso. Ya antes cocinaba, el inglés es fruto de clases y películas, y la maestría resulta un espacio enormemente formalizado de educación. Lo que la experiencia de vida en otro espacio me dio, implicó una primera etapa de desadaptación por desubicación, un segundo momento de observación interesada (cuando uno descubre que carece de códigos y normas implícitas) y un final proceso de reconstrucción de nuestro desplazamiento por el medio.
Precisamente por eso, el aprendizaje existencial no es sumativo o acumulativo, más bien es en esencia destructivo. El aprendizaje existencial, muchas veces informal (aunque institucionalizable, por supuesto), implica remover conocimientos básicos, paradigmáticos, culturales… llámeselos como se prefiera. El motor más efectivo del cambio y reconstrucción de esos saberes elementales es la existencia en sí, la experiencia más empírica, transitar la vida.
Mi re-identificación con el entorno
Este proceso de readaptación, de re-creación de la identidad, o re-identificación, es sin duda un problema esencial de cualquier tipo de migrante. Este currículo oculto de la vida, que durante nuestro tránsito empírico a través de la existencia nos forma en saberes elementales sin proponérnoslo, resulta una fuerza educativa imparable y muy eficiente. Y para quien ha tenido que hacer este proceso de llegada a un nuevo medio, sabe que hay que comenzar casi de cero este tránsito existencial. Sentirse lejos y diferente se contrarresta al hacer propio el espacio nuevo. Es posible resistirse a la re-identificación, pero en todo caso la lucha es real.
Descubro ahora mi identidad limeña porque al regresar la veo en el discurso de todos los que me conocen. Porque todos esperan que sea limeño tal como lo fui los treinta años anteriores a irme. Solo me fui dos años, pero busqué re-identificarme activamente, desde el principio, especialmente porque sentirse des-identificado es una experiencia enormemente solitaria y difícil. Ahora, solo dos años después, yo ya destruí parte de mi saber existencial limeño, y me siento nuevamente ajeno y lejano. Es cierto, se reconstruye rápido, pero ahora es más consciente y ante cada curva en este tránsito existencial, me pregunto, ¿quiero reaprender esto? ¿Quiero volver a hacer como hacía?
En mi experiencia distante de re-identificación en Vancouver me confronté conmigo mismo, porque este proceso es parte de ese choque existencial contra lo otro, contra el nuevo espacio. Yo me siento más yo que nunca, porque el espacio, al destruirme, me obligó a recoger y rearmar mis pedazos, a reconstruirme como individuo con una identidad formada a decisiones y consecuencias. Sin embargo, mi entorno espera que yo sea el de siempre, el que no se ha reconstruido, espera que sepa lo de antes, y con esas expectativas me dice que soy diferente, que yo ya no soy yo, siéndolo más que antes.
¿Aprender olvidando?
Debo decir que después de esta reflexión veo el título de este post como bastante mentiroso. En este aprendizaje existencial no hay olvidos. Eso me queda claro ahora en mi estancia limeña. Me veo con facilidad transitando la existencia en este entorno hace años. A veces reconociéndome con facilidad, a veces descubriéndome extraño. No se trata de aprender eliminando el conocimiento previo, se trata de re-hacer lo anterior. Por eso el re- es tan importante, porque conserva el pasado en un collage de piezas de uno mismo que tienen un nuevo orden.
Con todo lo escrito hasta aquí no he querido decir que el choque con otras culturas implica “mejorar” o aprender de una “mejor cultura”. La cultura solo se puede considerar como “mejor” o “peor” desde dentro de una cultura. Si se hace el ejercicio de mirar desde fuera la existencia, se puede ver que el juicio de valor no viene al caso. La pregunta se convierte de ¿qué cultura es mejor?, a ¿en qué espacio uno es más uno? Por eso uso el concepto de adaptación, porque la relación con la cultura parte de la fricción entre individuo y medio (social, geográfico, histórico, y un largo etcétera), esa fricción que en este post he llamado existencia, y a la que le he dado el poder de formar identidades, que son solo aprendizajes resueltos desde esa fricción.
Reformular mi aprendizaje existencial me ha implicado un aprendizaje sobre mi aprendizaje. De pronto sentir que debía adaptarme de nuevo, emasculado de todas mis intersecciones de poder y subalternidad, es de pronto volver a estar en una posición infantil. Superado el golpe de ego, es posible reconocer que esa es una posición privilegiada, porque solo el niño afronta la existencia con comodidad, como quien sabe que no tiene qué perder. Deconstruir es duro, porque implica aprender (y como he dicho antes en este blog, aprender implica muchas veces sufrir en un contexto de violencia trascendental y responsabilidad). Pero es necesario reconocer que nunca se pierde o se olvida, solo se re-estructura.
En mi caso, resulta difícil sentir la necesidad de readaparse a un medio al cual ya me había adaptado. Sin embargo, debo decir que sigo viviendo con el privilegio de ver el mundo como un niño, sin miedo a perder. Saber que mi existencia me arroja a la fricción individuo-medio que alguna vez ya me hizo. Finalmente, y en el peor de los casos, al final solo me voy a haber conocido todavía más.
Así que volviendo a la pregunta inicial: ¿qué aprendí en Canadá? No, nada, nada nuevo.