¿Partir o llegar? Los diferentes tipos de migrante
Es interesante como en español tenemos tres variantes para una palabra que expresa el abandono de la región natal y la búsqueda de oportunidades en una diferente: emigrar, inmigrar y migrar. De la última, el Diccionario de la Real Academia dice que es sinónimo de las dos anteriores. Es interesante que la palabra migrante sea una nueva adición en la vigésimo tercera edición del diccionario oficial. Sobre inmigrar, la RAE indica que “Dicho del natural de un país: Llegar a otro para establecerse en él, especialmente con idea de formar nuevas colonias o domiciliarse en las ya formadas”. El matiz aquí está en que el inmigrante es el que llega a un nuevo lugar. Por otro lado, emigrar más bien refiere: “Dicho de una persona, de una familia o de un pueblo: Dejar o abandonar su propio país con ánimo de establecerse en otro extranjero”. Aquí el sentido es el opuesto, emigrante se refiere a la persona o grupo que sale de su país originario. Confieso que uso los tres términos, migrante, inmigrante y emigrante, casi como sinónimos intercambiables. Pero sin duda, estos matices de significado nos hacen pensar en la importancia del punto de vista para entender una situación muy compleja: no es lo mismo ser “el que se va” que “el recién llegado”.
La migración es un tema social complejo, en el Perú es un proceso que no ha parado en siglos, pues aunque la gente hable de las migraciones internas de los años 60 u 80, refiriéndose a los pobladores rurales que llegaron a Lima, lo cierto es que migraciones e inmigrantes han existido, al menos, desde la fundación del Virreinato. En esta breve crónica quiero reflexionar sobre las migraciones que implican un choque lingüístico, en donde el que se va, o el que llega, debe enfrentarse a un nuevo espacio y, al mismo tiempo, a una nueva lengua.
Sobrevivir hablando
Sin duda al escribir sobre esto, pienso en mi propia experiencia como migrante que se fue del sur hispanohablante al norte angloparlante. Para poder venir a estudiar a Vancouver, tuve que demostrar que sé inglés dando el TOEFL. Para todos los que lo hemos hecho, sabemos que ese examen no implica ninguna demostración de habilidad lingüística. De hecho, los cursos que llevamos, están orientados a saber dar el examen, más que a saber la lengua. Ese concepto que tenemos de “saber una lengua”, se pone en juego cuando uno inmigra, cuando uno llega al nuevo espacio y hay que sobrevivir hablando.
Ni el TOEFL ni el IELTS preparan a nadie para tener la habilidad, pues, desde mi experiencia, las lenguas no son un conocimiento teórico, son una práctica. Sé, efectivamente, algo más de inglés luego de dos años aquí. Sin embargo, mi soltura y fluidez con esta lengua han llegado no por ese pequeño conocimiento extra, sino más bien por una fricción con el ambiente, con un constante roce que ha ido puliendo mi habla y mi comprensión. Lo que más me ha servido en estos dos años no han sido el vocabulario o la nominalización de frases complejas que he aprendido, lo que ha mejorado mi inglés ha sido perder la vergüenza de hablarlo. Para evitar la soledad, que es tan común en el migrante ajeno al espacio y a la gente ya conocida, es esencial conocer el nuevo mundo, y sin lenguaje, eso es imposible. Para sobrevivir hay que hablar, mal o bien.
Lenguaje e identidad
Tal vez el mejor consejo que recibí sobre cómo mejorar mi inglés vino de una amiga canadiense. Cuando le comenté que estaba pensando meterme a un curso para mejorar mi acento, ella me dijo que no lo haga, que mi acento me hacía especial, diferente. Lamentablemente los migrantes, muchas veces, queremos quitarnos precisamente ese estigma de seres exóticos. En ese momento, a los cuatro meses en la ciudad nueva, extrañaba no tener que pensar en cómo hacer las cosas más sencillas: mandar un mail, comprar pan o pedir direcciones. Porque todo eso que era natural, al migrar se vuelve extraño. Sin embargo el consejo de mi amiga fue muy útil: para mejorar, no tienes que ser otro.
La identidad lingüística es un bastión importante de la identidad general de una persona. Lo digo así, como afirmación esencial. Al menos en mi experiencia, sacrificar la identidad como migrante implica romper los lazos con el origen, implica emigrar, largarse, dejar atrás. Sin duda hay sacrificios que todo migrante debe hacer. La identidad, sin embargo, es un sacrificio más complejo, en donde hay que evaluar qué queremos ser y qué estamos dispuestos a dejar de ser.
Lenguas y diferencias
Al inicio, dije que había diferentes tipos de migraciones. Puse el ejemplo de las migraciones internas del Perú. Sin embargo, no hay que pensar que la migración lingüística es un problema solamente de quienes venimos al norte. Las migraciones internas también implicaron para muchísimos peruanos las luchas por sobrevivir en entornos de lengua totalmente diferentes. Las situación extraña de estar en un nuevo país, batallando a diario, por hacerse y dejarse entender, es aún más bizarra cuando sucede dentro de un mismo país. Pensar que las barreras geopolíticas son contornos que concentran unidad y coherencia es una fantasía de ideologías republicanas antiguas. En el Perú, sigue pasando que la lengua se convierte en una barrera y en una oportunidad, al mismo tiempo.
Por más que la poca soltura del inglés me haya alienado a veces en mi nueva ciudad, por más que el acento me delatara, por más que haya pasado momento vergonzosos tratando de pronunciar una palabra difícil, sintiéndome como un niño de cinco años siendo corregido por un adulto cada vez que hablaba, a pesar de muchísimas dificultades, el español fue siempre mi refugio. Una identidad enorme en el mundo, con una cultura aceptada, admirada por muchísimos. Ser un estudiante migrante bilingüe aquí, siempre generó halagos y señales de respeto. Finalmente hice lo que no muchos locales logran, tener una maestría. Y además, lo hice todo en otra lengua.
Lo triste es que el quechuahablante que llega a Lima no tiene esta misma suerte. Y no solo se trata de los hablantes del quechua, lengua hablada por más de veinte millones de personas en el mundo, se trata de cualquier hablante de alguna de las más de cincuenta lenguas nativas existentes en el territorio peruano. A pesar de pasar por un proceso de migración lingüística tal como lo hice yo, las lenguas originales todavía son percibidas en la capital como lenguas infantiles, primitivas, inferiores. Le exigimos al hablante machiguenga, por ejemplo, abandonar su identidad y tomar el español como nueva esencia, porque “de eso se trata la educación”, porque “qué importa su identidad si no es útil para el mundo”, porque de eso se trata la mentalidad colonial que aún tenemos.
Lo triste es que mis dificultades no son nada porque tengo la suerte de hablar un idioma con poder económico y político en el mundo. Porque tengo la suerte histórica de ser blanco, hombre y heterosexual, de portar el privilegio de verme poderoso, borrando muchas de los obstáculos que vería si no lo fuera, si fuera indígena, mujer o transgénero. Lo triste es que la mayor diferencia está en que en mi nueva ciudad, mi español natal es apreciado, mientras que la lengua del migrante peruano es vista en Lima como un ente ajeno que hay que extirpar. Es efectivamente un problema de educación: es necesario educar a los que hablan español, enseñarles que los bilingües que sobreviven en una realidad lingüística ajena, son más hábiles que ellos.