Educación occidental: teoría vs práctica
Hay momentos en los que todo educador se enfrenta a los límites de la enseñanza. Particularmente sucede a quienes enseñamos materias cargadas de contenidos abstractos, en donde explicar la relevancia de una función matemática o de una estructura sintáctica resulta complejo ante ciertos estudiantes y ciertas edades. La educación occidental se basa, en gran medida, en la enseñanza teórica de conceptos que luego son aplicados en ejercicios controlados. Aunque la educación contemporánea busca maneras de alejarse de la presentación y reproducción de modelos, en la práctica, seguimos teniendo una práctica que divide la teoría de la práctica de forma esencial.
Mi experiencia en las artes marciales tiene ya un tiempo. De hecho me acompañó durante mis años de estudiante escolar y universitario. Mi primera experiencia fue con el aikido durante tres años, y luego con el kung fu durante tres más. Aunque son sin duda disciplinas muy diferentes, tanto por su procedencia, historia como por su práctica, he podido rescatar enseñanzas que me han servido en mi práctica docente.
1. La teoría es práctica
Sin duda la primera lección tomada es la disolución del binomio teoría/práctica. De los maestros que tuve siempre recibí una enseñanza sin palabras ni discursos. Mi primera clase de kung fu consistió básicamente en una hora frente al espejo moviendo los brazos, imitando golpes con el puño. Preguntarle al maestro por qué hacía eso o qué iba a aprender frente a un espejo sin ningún tipo de corrección era inútil. Cada vez que me acerqué para hacer una pregunta o comentario, la respuesta siempre fue la misma: “anda y haz”. La frustración de estudiante al no recibir nada más que esta indicación acabó más de un año después, cuando a la mitad de una práctica el maestro se acercó y me dijo “estás pateando bien”. Entendí, con mucho tiempo más, que para el maestro la indicación era innecesaria, y que para lograr una buena patada, se necesitaba primero hacer cien mil patadas.
Pensando en mi práctica docente, he descubierto que recordar mi época de estudiante de kung fu me ha servido para empujar a mis alumnos a hacer más y a explicarles menos. Aunque las dudas y preguntas de mis estudiantes son recordatorios de sus frustraciones y hay que atenderlas en la medida que somos responsables del proceso de enseñanza/aprendizaje, la respuesta que debo dar debe ser un aliciente a que sigan haciendo. Trato de no decirles simplemente “anda y haz”, pero el mensaje es el mismo con palabras diferentes. La práctica, llena de errores y hasta un tanto perdida, es una experiencia de aprendizaje pura, en donde el estudiante tiene la posibilidad de descubrirse haciendo.
2. La práctica es teoría
En el aikido no descubrí una lección milenaria sobre técnica ni movimientos marciales efectivos. En mi experiencia, esta arte marcial fue para mí un modelo de vida, una rutina que servía casi como una limpieza personal terapéutica. El aikido era el momento de mi semana en donde no competía con otro, sino en donde desarrollaba una lucha interna. Una serie de ejercicios físicos que me llevaban a pensarme, a conocer cada límite físico posible. Y no hablo de prácticas extenuantes (aunque las hubo sin duda), me refiero a darse el tiempo de conocerse en la práctica, a saberse limitado pero capaz de mejorar. Mi maestro nunca me adoctrinó en la disciplina mental de los japoneses ni en las enseñanzas morales de los grandes maestros. Sin embargo, descubrí al conocer a otros aikidokas, que todos compartíamos una suerte de valores, un reconocimiento moral o espiritual que la práctica separada de una misma disciplina nos había dado. Con el aikido aprendí, a través de movimientos físicos y esfuerzo, que las ideas también vienen de las prácticas, y que no es necesario tener toda la teoría para ser capaz de hacer.
Como docente, para mí es importante lograr enseñar que el aprendizaje es en sí un valor positivo. Fuera de tener estudiantes más o menos hábiles o que incluso no disfruten del curso, intento hacerlos descubrir que la educación, la búsqueda por el aprendizaje, es un camino positivo en sí mismo. Aunque no siento que lo logre totalmente todavía, creo que mi práctica estaría completa el día que logre enseñar que la buena vida, la vida plena, está en la educación. Pero no que la educación es el camino para lograrla, sino hacer entender a cada estudiante que el camino es destino y vía al mismo tiempo. La educación, en su capacidad de motivarnos al desarrollo y a la búsqueda constante, significa en sí misma la práctica de una existencia completa.