
Narciso, por Caravaggio (1594-96)
“I tell you, my dear, Narcissus was no egoist… he was merely another of us who, in our unshatterable isolation, recognized, on seeing his reflection, the one beautiful comrade, the only inseparable love… poor Narcissus, possibly the only human who was ever honest on this point”
(Truman Capote, Other Voices, Other Rooms)
Cuando sabía que no sabía conocerse
Su asesor le había asegurado que era muy normal eso de tener una crisis al pensar qué hacer con la vida. De hecho, algún estudio de alguna universidad grande y conocida decía que la mayoría de las personas pasan por dos crisis vocacionales profundas, cuando sales del colegio y cuando sales de la universidad.
Ella se quedó pensando en eso de qué hacer con la vida. Como si el problema estuviera afuera de uno, como si se tuviera que encontrarle un lugar a una cosa cuya utilidad no te queda clara. Ese objeto confuso, su vida, lo sostenía en su mano, lo miraba de cerca, pero no lograba encajarlo en el mosaico de piezas confusas que su adolescencia le presentaba a diario. Lo que podía estar segura sobre lo que el asesor le había dicho, es que estaba teniendo su primera crisis vocacional, de esas profundas.
Cuando pensaba que sabía
Recordó ese pasaje muchos años después, cuando al terminar la universidad, volvió a encontrar que las palabras del asesor se hacían ciertas, como oráculo y destino. Y así, como heroína trágica, luchó para no darle más verdad a ese estudio que le mostraba su vida con precisa certeza.
Mientras esperaba en la oficina de la profesora, pensaba que tener dos crisis vocacionales resultaba ya redundante y rozaba lo patético. Al poco rato la mujer con los lentesitos redondos y la chompa a rombos se disculpó por la demora. Había acudido a ella en busca de mejores augurios, seguramente porque siempre la había encontrado brillante y lúcida. Le dijo todo de golpe, como el chorro grueso de agua que deben escupir las mangueras de bomberos. Que se sentía altamente frustrada, que las clases habían sido bonitas pero muy diferentes a lo que esperaba, que esas expectativas se chocaron con un mundo totalmente diferente que solo descubrió ya casi acabando la universidad, que no entendía ahora qué hacer con lo que había estudiado. Cuando acabó, agitada como un tazón de sopa recién servido, con el caldo de sus emociones aún dando vueltas, turbio, mezclado de palabras incompletas y sentimientos escondidos, se dio cuenta que la verdad no le tenía tanta confianza como para esas confesiones.
Cuando sabía que no sabía
El test vocacional le había dicho que tenía una preferencia clara por las ciencias de la salud, ninguna sorpresa después de dos horas de marcar bolitas con lápiz en la hoja naranja. Es lo que ella esperaba, es lo que venía diciendo desde que tenía diez años, es lo que sus amigas esperaban de ella, que sería la doctora del grupo y usaría estetoscopio y bata blanca.
El resultado le dio seguridad y calma, pero lo acompañó una duda. ¿Acaso tenía alguna duda de lo que quería hacer? Reforzó la idea de que era lo que quería. Que sus padres estarían felices, que sería muy duro estudiar medicina, pero que valía la pena. Era una buena estudiante y le iba bien en los cursos de ciencias. Igual pensó que “ciencias de la salud” era un campo enorme y habían muchas posibilidades. Pero la duda no se fue y decidió acudir al asesor vocacional para entender mejor lo que pasaba.
Cuando pensaba que sabía
La profesora la miró profundo, como si sus ojos se enfocaran en algo que estuviera entre su nariz y nuca. El desfile de comentarios que venía escuchando desde su último año de colegio se reanudó, llegando a la conclusión de siempre, dos frases que sonaban al mismo tiempo en su memoria: es lo que espero de mí, es lo que esperan de mí.
Se sintió muy cansada, con pocas ganas de que le vuelvan a preguntar lo mismo. ¿Por qué decidiste estudiar biología? ¿Cuál ha sido tu curso favorito? ¿En qué laboratorio te sacaste mejor nota? Ella quería respuestas, no preguntas. Lo que buscaba era una pastilla, que alguien por favor le diga que estaba todo bien o que si estaba mal, debería hacer esto o aquello. Definitivamente lo que vino fue una pregunta. La profesora abrió la boca un momento y luego le dijo ¿tienes claro para qué eres buena?
Cuando creía saber
Tenía el privilegio de poder acceder a la universidad que quería por el convenio de estudios que tenía esta con el programa académico que había seguido en la secundaria. Aunque le quitaba algo la tensión y la euforia de los exámenes de ingreso, ella prefería simplemente ir a firmar el convenio que pasarse el verano memorizando exámenes modelo y aprendiendo cosas que no quería saber.
La sentaron en un salón grande con muchos otros chicos de toda la ciudad que habían pasado por el mismo programa. Se les dio la bienvenida, se les dijo que se esperaba mucho de ellos porque sabían lo bien preparados que estaban. Finalmente, se les entregó una ficha donde debían llenar sus datos, firmar y luego irse a sus vacaciones, “nos vemos en marzo en el inicio de clases”. Llenó la ficha con una sonrisa de calma en la cara… hasta que llegó a la pregunta sobre la carrera elegida. Apoyó la punta del lápiz en la bolita al lado de Medicina Humana, hizo una pausa y se asustó cuando la movió a la bolita de Psicología. Se aseguró muchísimo de pintarla toda de negro, muy oscuro, como si le preocupara que alguien pudiera borrar esta decisión.
Cuando se miró a la cara
Pero no lo tenía claro. La profesora le dijo que normalmente, cuando somos adolescente o incluso niños, se nos pregunta qué queremos ser de grandes o en qué queremos trabajar. “La pregunta está mal planteada, no se trata de querer, lo que un individuo quiere cambia con el tiempo, está atado a experiencias sobre las cuales o siempre tenemos control, a veces nuestra voluntad incluso termina cercanamente atada a nuestra necesidad. Deberían preguntarnos en qué somos buenos, que es una invitación a conocerse”.
Pero ella, definitivamente, no lo tenía claro. Lo que sabía era que había sido una muy buena estudiante, pero eso no le servía de nada para esta pregunta. Sentada frente a su profesora, en un silencio que la mujer de lentes redondos dejó sonar por mucho más de lo que ella hubiera querido, se sintió como frente a un lago enorme, vacío y calmado. Y así se miró en el reflejo del agua, pero sin gustarle nada lo que veía de vuelta. Se encontró desconocida, extraña, extranjera de su propia existencia. Hasta ahora había hecho lo que debía hacer. Era una estudiante becada, una buena amiga, una hija diligente. Siempre haciendo lo que el universo esperaba de ella. Pero ahí, en esa oficina atiborrada de libros, ahí, frente a ese lago calmo, sintió la ansiedad de haber vivido con una extraña en el cuerpo, abandonando la forma de flor que había llevado todo este tiempo y volviendo a ser humana, como quien se desencanta de su corte de pelo y una mañana lo encuentra impostado, ajeno, despertando del sueño de la existencia.
Cuando no quiso saber
A los dos años se vio frente a otra hojita con nombres de carreras universitarias y bolitas en blanco. Debía confirmar su elección para que la universidad haga el proceso burocrático de contrastar su opción con los cursos requisitos y los créditos necesarios, parte de la burocracia académica que debió representar unos veintisiete segundos de llenar una bolita. Pero nuevamente, como dos años atrás, el lápiz se movió a un lugar inesperado. Pensó en su preocupación por la búsqueda de trabajo, en el apoyo incondicional de sus padres, en el estetoscopio y la bata, en los laboratorios que había visitado, en cuánto la habían apreciado sus profesores de ciencias. Y antes de pensarlo mucho más, el lápiz se fue a Biología.
Ahora
Se acordó de los test vocacionales, de las conversaciones con asesores y profesores que marcaron sus decisiones, se acordó de sus adolescencia y de las dudas que los chicos debían tener en ese mismo momento mientras los acompañaba a la feria vocacional del colegio y encontró muy gracioso que ahora fuera profesora de secundaria. La pregunta que le hizo una de sus alumnas favoritas le removió todo ese plato de sopa que no tocaba desde hacía ya unos cinco años: “No sé que quiero estudiar, profe”.