“Dante en el bosque oscuro”, grabado de Gustave Doré (1857)
“En medio del camino de nuestra vida
me encontré en un oscuro bosque,
ya que la vía recta estaba perdida.”(Dante Alighieri, La divina comedia)
La (in)felicidad de lo conocido
Cuando se levantó esa mañana, no tuvo ganas de trabajar. No es que siempre le emocionara la idea, pero tampoco se preocupaba demasiado por su rutina. Levantarse en sí era una rutina que le daba paz, control, algo que vale la pena más allá de un sueldo o una meta personal. Pero esa mañana lo pensó mucho.
Se paró de la cama y volvió a sentarse. Entró al baño y luego volvió a las sábanas y almohadas. En verdad no quería ir. Recordó que le debían un día de trabajo y realmente consideró quedarse, justificando racionalmente la sola realidad de que estaba bastante aburrido.
Sentado frente a la computadora de la oficina, algo derrotado y algo triunfante de su arribo laboral, miraba su café mañanero. Otra rutina saludable, otro placer pequeño, ladrillo de la existencia. Pero a diferencia de sus días más comunes, hizo cosas diferentes. Escuchó todo el relato de una colega sobre sus propios problemas con sus propios colegas. Bajó los siete pisos a pie para mirar la máquina de dulces, sin comprar nada. Leyó noticias recientes en periódicos y blogs. Su día fue diferente.
Mirarse desde fuera
Más allá de que los sacaron a medio día por una emergencia eléctrica en el edificio, más allá del almuerzo y los tragos inesperados con gente del equipo, ese día fue diferente porque vio muy directamente lo que hacía, sin el filtro de sus rutinas, sin el velo que enmascara una vida común y la maquilla de significativa. Fue una tarde larga, alegre, especial. Pero igual él pensó en cómo sería su vida si fuera un poco diferente.
¿Cómo sería la vida si hiciera otra cosa con sus días? ¿Cómo sería si tuviera menos dinero? ¿Es posible tener una vida con menos dinero? Y más importante, ¿cuándo sabes que algo en tu existencia ya fue suficiente? Una relación, un trabajo, cualquier actividad existencial, se preguntó hasta qué punto está bien seguir con lo conocido aunque hubiera tanto por descubrir afuera. Se preguntó si era correcto correr hacia lo nuevo cuando los días dejaban de presentar aventuras.
El feliz conflicto por la normalidad
El siguiente lunes regresó a su trabajo. Lo miraron como siempre, lo quisieron como siempre e hizo lo de siempre, tan bien como pudo. Y así estuvo los siguientes meses, evitando preguntárselo demasiado y viviendo fuera de su corazón intranquilo. Ya había escapado de otro trabajo, hace algunos años, en donde igual que en este dejó de encontrar aventura. Así, huyó hacia donde pensó encontraría la felicidad. Ahora, algunos trajinados años más tarde, sentía lo mismo. La diferencia es que esta vez, ya macerado de tiempo, ya asentado en sus huesos, no tenía más esperanzas, expectativas ni rutas que lo llevaran a una felicidad soñada.
Decidió una estrategia diferente: buscarla cerca. Ya no viajaría por el mundo, ya no abandonaría todo. Si la felicidad existía, debía estar a la mano. Como quien pierde los lentes que lleva, levantados, en la frente. Como quien no encuentra el jabón en la jabonera porque está exactamente al lado. Así pensó en su vida y en su felicidad, con la idea de que debía aprender a ponerse los anteojos correctos para encontrar lo feliz de sus rutinas.
Ser feliz no es no ser infeliz
Y fue feliz. Encontró en lo simple, alegría; en la rutina, el cambio; y en la vida, el reto. Pero no por ignorar su corazón esquivo ni su estómago ansioso, ni tampoco por huir del mundo conocido. Todo lo contrario, si fue feliz, fue porque miró sus dudas a la cara y examinó sus tareas. Porque para encontrarse tuvo que conocerse de cerca. Conocer tanto aquello que lo hacía feliz, como todo lo que lo hacía miserable. Sentarse consigo mismo, descubrió en esos meses, era insoportable. La conclusión primera, fue que este problema de ser él mismo lo seguiría a donde fuera. La siguiente, que primero hay que saber qué se quiere antes de decidir qué no se quiere. Fue feliz en su trabajo y con su vida.
Dos meses más tarde, casi un año después de su tarde diferente, fue su despedida oficial de la oficina. Con tragos, almuerzo y tarde alegre. Se iba del país a estudiar y seguir otro camino. Ya contento, los caminos fueron menos atractivos y los destinos, más claros.