¿Por qué estudiamos literatura?
Hace muy poco me tocó cerrar el año en el curso que enseño de Literatura en el Bachillerato Internacional. Los estudiantes están muy cerca de dar sus exámenes internacionales y me quedaba una clase. Fuera de repasar temas o practicar pruebas pasadas quise hacer un muy breve cierre al curso y pensé que una buena forma de hacer sería preguntarles por qué creen que se estudia literatura en la escuela.
De hecho, al pensarlo un poco, podemos ver que la literatura tiene un rol central en la currícula de la escuela tradicional. Para poner un ejemplo concreto, las pruebas PISA miden tres áreas al intentar recoger información sobre los niveles de aprendizaje y logro a nivel mundial: lectura, matemáticas y ciencias. Es cierto, no es necesariamente lectura literaria. Pero de cierta forma, a través de la relevancia que tiene la lectura como habilidad y saber básico en la escuela, la literatura se convierte (desde una perspectiva tradicionalista, sí) en la culminación de la habilidad lectora. El texto literario es el texto difícil, el que prueba al estudiante en su capacidad de pensamiento crítica y comprensión valorativa.
Otro ejemplo concreto, aunque las omisiones no son buenos argumentos, ni la música, ni las artes plásticas, tienen un rol central en la currícula tradicional. Se están recuperando gracias al movimiento educativo que rescata y revalora la creatividad, sin duda, pero en la visión tradicional de la escolaridad las artes tienen una posición subordinada, hasta extracurricular (irónico término, pero refleja bien la valoración que le damos a ciertos conocimientos).
Cabe preguntarse entonces, ¿por qué estudiamos literatura como eje curricular? ¿A qué se debe su importancia educativa? ¿Acaso tiene más valor para el aprendizaje? He estudiado literatura como carrera profesional. No para enseñarla, de hecho siempre pensé que me iba a dedicar a la investigación, no a la docencia. Por fortunas de la vida, vengo enseñado literatura por más de cinco años, a estudiantes de 8 a 22 años, y creo que he llegado a dos respuestas: la literatura tiene un lugar central en la educación tradicional por una cuestión de poder cultural y por un proceso de reconocimiento personal.
Literatura y poder
Como latinoamericano, vivo en una espacio colonizado, con una herencia de domino clara que habita en nuestra sociedad de formas explícitas pero también ocultas. La historia que más recuerdo sobre el encuentro y conflicto cultural europeo e indígena sucede en la conquista del Perú. Cuando el Inca recibe la Biblia y se le dice (a través de un traductor o “lengua”) que esa es la palabra de Dios, Atahualpa se acerca el libro al oído y luego lo lanza por su silencio. Hay muchas posibilidades de interpretación de este hecho, el resultado fue el inicio de la guerra que llevaría al poder a los españoles, en parte, por un libro.
Este relato histórico es una excelente metáfora del poder de la cultura escrita. El valor de la escritura se da por jerarquías culturales, porque la cultura escrita era el mecanismo de funcionamiento administrativo y cultural del bando ganador. En este contexto, lo oral es entendido como cultura inferior, menos capaz y más arcaica. Otra vez, la posmodernidad nos ha puesto en un espacio histórico donde estamos revalorizando los conocimientos no tradicionales, no jerárquicos.
Así, la enseñanza de la escritura y la lectura, la alfabetización, es una forma de reproducción de la cultura, de establecimiento de reglas de juego sin las cuales no se puede participar de la sociedad y sus normas. Ser iletrado, en el mundo occidental imperial, es ser inferior. De esta forma, la literatura se convierte en el non plus ultra de la cultura escrita. La creación literaria es pues la herramienta superior de una aculturación imperial.
Otro ejemplo concreto: Bob Dylan ganando el Nobel de literatura. Quienes lo encontraron poco merecedor del galardón, muy probablemente, tengan una concepción cultural de literatura desde esta perspectiva occidental de la escritura como cúspide de la civilización. De hecho, basta regresar unos cuatro siglos en el tiempo para comprender que la literatura seguía siendo un acto fundamentalmente oral. El libro, el texto escrito, servía simplemente de repositorio, de archivo. Era el cura y el maestro el que leía en sesiones sociales el Quijote a la mayoría iletrada que a pesar de su analfabetismo participada de cierta medida de la cultura. La poesía se escribía y tenía como meta ser leída, pero también era cantada y recitada de memoria.
El fetiche de la cultura escrita como cenit de la civilización es un invento bastante moderno, de base totalmente europea. La enseñanza de la literatura como texto escrito reproduce esta visión cultural colonizada, en donde al enseñarla, callamos también la voz oral de saberes más antiguos.
El relato como forma de (re)conocimiento
Sin embargo, también tengo una visión más positiva de la importancia de la enseñanza de la literatura. Aunque sí pienso que la literatura debe dejar espacio a otras formas de expresión creativa, definitivamente su presencia es fundamental porque nos permite enseñar a cualquier individuo a ser más humano.
La literatura implica comunicación de experiencias vitales. Bien de forma narrativa, reflexiva, lírica o de cualquier otro modo o invención, la literatura nos pone frente a la experiencia de otro, nos ubica existencialmente en relación a uno que es diferente pero que abre las puertas a la comunicación. Experimentar literatura es reconocerse, a dos niveles mutuamente incluyentes: por un lado es establecer un vínculo con otra experiencia existencial en la cual, si elegimos correctamente, podemos vernos reflejados, reconociéndonos en el relato o la experiencia ajena. Por otro lado, experimentar literatura implica construir un nuevo conocimiento del mundo, de nuestra relación con lo que está afuera de nuestra experiencia, enriqueciéndola al reconstruirla, al re-conocerla.
Probablemente se me puede acusar aquí de presentar un visión más romántica de la literatura, pero quiero dejar en claro que no estoy queriendo caer en el purismo canónico de la literatura como canon (me permito la redundancia) del saber y de la educación. Todo lo contrario, prefiero romper el paradigma, y así siempre lo he intentado hacer en mis clases. Para mí, en mi práctica docente, experimentar la literatura es experimentar al otro, desde un libro escrito, un relato oral, una película, serie, canción o cómic. Es el relato lo valioso, es la experiencia, la reflexión, el sentimiento comunicado lo que vale. El papel o el film son medios diversos. Se debe seguir enseñando literatura porque está llena de potenciales oportunidades de aprendizaje sobre la vida misma, no porque nos ayude a leer y escribir mejor. Ya hay currículas internacionales que lo comienzan a reconocer, como el Bachillerato Internacional que le dedica 25% de su programa a una opción que incluye cine u otros medios gráficos.
Dar la oportunidad de experimentar la literatura, con libros o no, en un salón de clase es una responsabilidad de la escuela. Ofrecer la opción de experimentar otras vidas a través de sus relatos y concepciones del mundo es una obligación moral de cualquier educador.
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La explicación que le di a mis estudiantes, todos apasionados de la literatura de diversas formas y en distintos niveles, fue más simple. Sin duda más apasionada, porque en lo personal me emociono más cuando hablo que cuando escribo. Pero ninguno respondió a mi pregunta, ¿por qué estudiamos literatura? Me dejaron hablar por casi media hora. Lo que les di fue mi propia experiencia de la literatura de una forma literaria. No sé qué tanto los hice pensar o qué tanto podré hacer que lean más o que vean más películas. Solo quise decirles que siempre experimenten la literatura, porque escuchar al otro nos hace más humano y porque toda historia merece ser escuchada. Al final, cuando les dije “eso es todo, se acabó el curso”, su respuesta simplemente fue: “pero profe, todavía nos quedan veinte minutos”.