Aprendiendo con el cuerpo
Como mencioné en mi post anterior sobre pedagogía alternativa, mi práctica pedagógica se ha nutrido a través de los años a partir de otras disciplinas en donde he sido alumno y no profesor. Así como del yoga aprendí a escuchar los límites de mi propio cuerpo y a enfocarme en mi propio desarrollo personal como medida de logro, de la música saqué grandes experiencias de aprendizaje.
Mi relación con la música ha sido larga y tortuosa. La escuché desde siempre, de hecho era un nerd musical de adolescente, creyendo que solo la gente que escuchaba música hecha hace más de treinta años sabía verdaderamente de música. Además, mi padre tocaba guitarra, música criolla y zambas argentinas más que nada. De ahí, a los quince años, vino mi primer intento de aprender el instrumento musical que más rondaba mi casa, la guitarra. No pasé de un librito de los Beatles comprado en un kiosko que simplificaba todo a cuatro acordes.
Durante mis años universitarios, era más lo que decía sobre saber tocar guitarra que realmente sentarme a tocar el instrumento. Recién como profesor, con ya casi treinta años, fue que descubrí la suficiente humildad como para meterme a clases y comenzar desde donde verdaderamente estaba, desde cero. Mi instrucción fue breve pero rica: tres años de formación clásica, que realmente me hicieron notar lo poco que sé del instrumento y lo mucho que quiero aprender. Como pedagogía alternativa, las lecciones de mi aprendizaje musical con el maestro Roberto Terry fueron básicamente dos: la música, como disciplina del cuerpo y la monte, no es nada intuitiva, y hay que dejarle al cuerpo aprender en lapsos breves pero significativos.
1. Enfrentándose a lo otro
Se dice que las redes neuronales de transferencia de información que se construyen al aprender a tocar un instrumento son igual de complejas que las que elaboramos al aprender a hablar un nuevo idioma. Ambos implican acciones y prácticas que son totalmente contranaturales y contraintuitivas. Basta mirar la imagen de Nick Faller para notar esta tensión entre lo naturalmente fluido y lo complejamente aprendido. Aunque el músico mantiene una postura cómoda, en la que se ve que concentrado pero nada forzado, al mismo tiempo coloca los dedos de la mano izquierda en una postura imposible, al mismo tiempo que realiza movimientos totalmente diferentes con la otra mano. Lo que aprendí de aprender al comenzar con la guitarra fue que el aprendizaje (particularmente el de habilidades de orden superior) es, muchísimas veces la naturalización e incorporación de acciones nada naturales. Se trata de volver intuitivo lo otro, lo ajeno, lo que nunca va a ser nuestro a menos que nos enfrentemos al aprendizaje.
Este descubrimiento, por un lado, vuelve a reforzar un punto al que vuelvo constantemente: la educación es un proceso sufrido de reconstrucción de uno mismo. Por otro lado, también me hizo pensar en las habilidades que adquieren mis alumnos, para mí naturales e intuitivas, pero para ellos extrañas y ajenas. Al comprender que el estudiante está aprendiendo a coordinar habilidades que generan frustración y que para ellos son complejas, es posible crear actividades de aprendizaje con una perspectiva más pedagógica y compasiva, teniendo en cuenta que la alumna está constantemente yendo más allá de lo que para ellas es natural.
2. Lento y seguro
Durante mi primer enfrentamiento a una partitura clásica, el andantino de ………….., pasar la barrera que creaba la torpeza motriz de mis dedos fue la principal frustración. El consejo del profesor fue simple: no corras, debes hacer el ejercicio a una velocidad que te permita pensar conscientemente tu siguiente movimiento. El proceso motriz de ser capaz de tocar un instrumento es lo que muchísimas veces espanta a los principiantes, como lo hizo conmigo años atrás. Aprender que era más valioso una práctica de cinco minutos hecha lenta pero con concentración y seguridad fue lo que me ayudó a mí a seguir tocando.
No soy un experto en el instrumento, en lo absoluto, pero aprender a aprender música me empoderó como estudiante. Así mi aprendizaje ha continuado incluso luego de interrumpir las clases formales. Este “aprender a aprender”, este proceso metacognitivo tan tratado en educación, es en la música muy ilustrativo. Uno no necesita pasarse horas imitando a Eric Clapton hasta lograr reproducirlo a la velocidad más alta para aprender, uno necesita enfocar un aprendizaje consciente en la tarea. Desde esta perspectiva, ¿por qué no dejar de trabajo de refuerzo un ejercicio de dos minutos en vez de páginas y páginas de tareas? El verdadero reto para el docente es enseñarle al alumno a enfocarse en su propia labor, aunque sea brevemente. Sin duda este ejemplo no presenta necesariamente una pedagogía alternativa en sí. La metacognición es parte del diálogo educativo hace ya mucho tiempo. Lo interesante para mí, en mi propio aprendizaje, fue reconocer el valor cualitativo del trabajo del estudiante. Como decía mi maestro de guitarra: “dale tiempo a tu cerebro para aprender algo que nunca antes ha hecho”.
Enfrentarme a la guitarra significó para mí aprender desde el cuerpo de nuevo, y repensar esta diferenciación tan occidental entre mente y cuerpo. Así como cuando un bailarín repasa una serie de movimientos lentamente, enseñándole a su cuerpo la coordinación necesaria para lograrlos, así el ejercicio cognitivo necesita la atención minuciosa al tiempo adecuado para aprehender habilidades que son nuevas y hasta ajenas a lo que ya conoce.