La dura corrección
Ahora mismo, mientras escribo este post, tengo una pequeña pila de tareas mirándome, esperando a ser corregidas. En mi experiencia docente, corregir es de las labores más infames: una enorme inversión de tiempo, actividad bastante monótona y muchas veces poco valorada por los estudiantes. Desde el inicio de mi vida profesional, he pensado cómo hacer de las correcciones una labor menos dolorosa. Aunque todavía no lo he logrado, sin duda he aprendido, a través de otros docentes y de experimentación propia, varias estrategias de corrección que han hecho enormes diferencias en mí y en mis estudiantes. Comparto algunas aquí para ver si puedo facilitarle la vida a algún otro profe desesperado.
Los objetivos de la evaluación escolar
Vale la pena recordar que el objetivo principal de la evaluación es la medición de los aprendizajes. Aunque suene como una definición simple, en la práctica las notas, resultados de la evaluación, terminan convirtiéndose en el principal objetivo de un examen. Sin embargo la nota refleja un proceso muy complejo: expresar de una forma concreta (un número, una letra o un descriptor de logro) la obtención de cierta habilidad que no podemos medir físicamente. Como alguna vez me explicó Carlo Linares, experto en evaluación del Ministerio de Educación del Perú, evaluar es medir un proceso cognitivo imposible de comprobar. Por lo tanto, muchas veces la evaluación se trata más de un proceso de aproximación estadística que de medición objetiva. Esto, particularmente, en cursos como comunicación, historia o ciencias sociales.
La memoria, durante décadas, fue usada como principal factor de reconocimiento del aprendizaje. Hoy en día, tenemos instrumentos de evaluación bastante más complejos y apropiados a cada materia. De hecho, ahora hablamos de diferenciar evaluaciones formativas de sumativas, y también se piensa que la evaluación misma debería representar un proceso de aprendizaje en sí. Sin embargo, muchas veces, seguimos evaluando para sacar una nota necesaria para llenar algún cuadro o fórmula. Si, al momento de diseñar nuestra evaluaciones y corregirlas, recordamos que debemos comprobar en qué medida se ha realizado un proceso de apropiación de una habilidad, entonces la corrección y retroalimentación puede llegar a ser más precisa. Con esto en mente, comparto dos estrategias que me han servido para aliviar mi carga de correcciones y para mejorar el proceso de aprendizaje que una evaluación debería presentar.
La retroalimentación gráfica: emojis
Mi labor como profesor de lengua implica la corrección de largos ensayos o elaborados párrafos que, en el caso de no estar bien escritos o de no presentar el grado de pensamiento crítico requerido, requieren a su vez una larga explicación de mi parte. Si tengo que corregir cincuenta ensayos y debo escribir un párrafo de retroalimentación en cada uno, el tiempo invertido en esa tarea se torna excesivo. Encontré que muchas veces, además, los estudiantes no leen con demasiada atención mi retroalimentación, o no les es muy clara. Para evitar este problema, y presionado por ciento cuarenta y dos pruebas y una fecha de entrega, decidí implementar un esquema de retroalimentación más gráfica a través de emojis, un lenguaje con el que los estudiantes están muy familiarizados.
Los emojis son una marca ortográfica que se encuentra entre la palabra (representación gráfica del signo lingüístico, dotada de significante y significado) y el signo ortográfica (marca escrita cuyo objetivo es facilitar la lectura y comprensión del texto, como la tilde o la coma). El emoji tiene un significado (transmite una emoción, un estado o un concepto que complementa el signo lingüístico, situándolo en un contexto específico) pero no una representación sonora. Construye significado a niveles expresivos más amplios.
Utilizarlos como medio de retroalimentación fue una experiencia muy positiva entre mis alumnos. Mi estrategia consistió en marcar partes de ensayos y redacciones con emojis positivos, para que los estudiantes identifique dónde están haciendo bien. Comencé con tres emojis que representaban tres niveles escalados de logro. 🙂 como un logro positivo, 😀 como un logro mayor y 😮 como un logro destacado. Los estudiantes comprendieron inmediatamente lo que estaba diciendo. De hecho, luego ellos mismos se animaron a recomendarme otras opciones, personalizando el uso de emojis con cada clase. Es, sin duda un sistema de retroalimentación positiva no sumativa, por lo tanto no introduce la calificación al proceso de aprendizaje, que es un estresor externo al proceso y que, como hemos dicho antes en este espacio, es la imposición de un proceso de sufrimiento innecesario en el estudiante.
D.I.R.T. aplicado como preguntas
El otro proceso que he implementado en mis correcciones lo aprendí de un colega británico, Peter Austin, quien me introdujo al D.I.R.T. o Dedicated Improvement Reflection Time. La idea básica de este proceso es otorgar tiempo curricular a la devolución de evaluaciones con el objetivo de brindar tiempo de reflexión sobre el trabajo hecho. Aunque las técnicas utilizadas en D.I.R.T. son muchas y muy diversas, yo comencé a implementar la utilización de preguntas como método de retroalimentación.
La idea general es que en vez de redactar párrafos explicativos en donde el docente intenta dar consejos o señalar errores concretos en la misma evaluación, D.I.R.T. propone escribir una pregunta en la prueba o tarea que lleve al estudiante a descubrir el error. Para que este proceso se complete, es necesario, al momento de entregar la prueba, ofrecer el tiempo necesario para que los chicos revisen su trabajo y no solo se concentren en el número o la letra de la calificación. Así, recibir un resultado se convierte en una actividad de clase, no un hecho pasivo de calificación.
Algunas de las preguntas que suelo proponer son: ¿qué cambiarías en esta oración para que sea más clara?, ¿en cuántas partes crees que este párrafo podría dividirse? o ¿qué le falta a tu idea para ser más convincente? De hecho las preguntas se van personalizando más en cada caso. Al momento de devolver las evaluaciones les doy a mis estudiantes veinte minutos para que respondan, por escrito, a las preguntas planteadas. Aunque sin duda no hay garantía de que todos los estudiantes procesen de la misma forma la retroalimentación, hay cierta garantía de que al menos van a leer y pensar en los comentarios ofrecidos.
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La evaluación es un proceso fundamental de diagnóstico. A nivel universitario muchas veces se deja este proceso a un asistente. Sin embargo, no corregir los trabajos de los estudiantes nos quita una etapa de descubrimiento fundamental ya que la evaluación nos ayuda a saber las necesidades precisas y concretas de cada grupo e individuo. Es, muchas veces, una labor maratónica, pero hay maneras de hacer esta parte de nuestro trabajo más sencilla y al mismo tiempo más significativa.